¡La vida es bella! ¡Los pajaritos cantan y las nubes se levantan! ¡Somewhere over the rainbow!...
Sí, sí, sí. Me lo ha pedido, se lo he pedido, nos lo hemos pedido mutuamente. Vamos, que nos casamos.
A partir de este momento comienzas, comenzáis, a flotar en una enorme nube de algodón de azúcar… rosa, para más señas.
Se lo cuentas a tus padres, a tus hermanos, a tus amigos, a tus compañeros de trabajo, se lo cuentas hasta a la portera. Sí, se lo cuentas tú incluso a esa chica que se está vistiendo en el vestuario del gimnasio y a la que apenas saludas; tienes tantas ganas de pregonarlo a los cuatro vientos. Y como todo el mundo se alegra tanto, la nube de algodón de azúcar, rosa, se va haciendo más y más grande…
Comienzas a pensar en la boda de tus sueños… ¡Oh, sí! ¡La boda de mis sueños es…! ¿Cómo era? Sí, sí. Espera un poco, que lo tengo en la punta de la lengua…
Y, de repente, ¡puff! Ese momento de nirvana prenupcial comienza a diluirse, la nube de algodón de azúcar rosa va tornándose poco a poco en un nubarrón que anuncia la tormenta perfecta, y no sabes cómo ha sido.
Empiezas a pensar en el vestido, en las invitaciones, en los detallitos que entregarás a los invitados, las arras y en los arreglos florales. Y la cosa se va poniendo cada vez más negra: ¿por la iglesia o por lo civil? ¿qué fecha será la más adecuada teniendo en cuenta el torrente de trabajo que tengo encima de la mesa del despacho? ¿invito a la tía Eulalia o no? ¿me depilo una semana antes? ¿entro del brazo de mi padre o de mi suegro? Y así ad infinitum.
¡Ah, querida! La vida sigue siendo bella no, bellísima. Los pajaritos cantan y las nubes se levantan, con buena cara, por cierto. Y el arco iris sigue brillando en algún lugar, te lo puedo asegurar. Sólo hay que respirar y tomar la situación con calma y alegría… y contratar a una buena Wedding Planner.